En una de las terapias de Adrián, ocurrió un instante especial que quedó grabado en mi corazón. Todos los niños estaban reunidos, y por un momento se sintió una calma profunda, como si cada uno hubiera encontrado su propio espacio de tranquilidad, fue un momento único en el que, por fin, parecían estar en sintonía con el entorno y con ellos mismos, algo que no siempre ocurre en estos contextos.
Mientras veía a Adrián interactuar con las actividades y seguir las indicaciones de su terapeuta, no pude evitar detenerme a observarlo con admiración, había algo tan especial en cómo prestaba atención, en cómo se concentraba en cada detalle y en cómo, a su manera, participaba en el grupo. Fue un instante que me llenó de orgullo, porque vi en él su capacidad de adaptación y su manera particular de conectar con el mundo.
Este momento me recordó algo fundamental: cada niño y persona autista es única, sus habilidades, desafíos y forma de ver el mundo son completamente individuales, es un privilegio como madre poder ser testigo de esa singularidad y aprender de cada paso que da.
Decidí grabar ese momento, no solo para guardarlo como un recuerdo precioso, sino también para reflexionar sobre cómo, muchas veces, buscamos patrones o intentamos comparar los avances de nuestros hijos con los de otros. Sin embargo, ese instante me enseñó que no se trata de alcanzar un estándar o cumplir con expectativas externas, sino de valorar y celebrar los pasos que cada uno da a su propio ritmo.
Cada niño tiene su manera de brillar, y Adrián, con su calma y concentración, me mostró que el progreso no siempre se mide en grandes saltos, sino en los pequeños gestos que reflejan su esencia.
Ese recuerdo quedó grabado no solo en mi cámara, sino también en mi corazón. Es un recordatorio de que el camino de Adrián, aunque diferente, es igual de valioso y hermoso, espero que al compartirlo, inspire a otros a ver la belleza y diversidad que cada persona autista aporta al mundo.
Reflexión Final:
El progreso en el autismo no es un camino lineal. Como padres, debemos aprender a reconocer y celebrar los logros, pequeños o grandes, de nuestros hijos, cada avance, por más simple que parezca, es un testimonio de su esfuerzo, valentía y capacidad de adaptación.
Espero que esta experiencia motive a otras familias a valorar el camino único de sus hijos, recordándoles que cada paso adelante es una victoria que merece ser celebrada.