Cuando iniciamos el camino de la intervención terapéutica con Adrián, mi hijo que es autista, descubrí algo que ningún manual explica con claridad: las terapias para niños autistas no empiezan ni terminan en el consultorio. Es en casa donde realmente empieza a crecer.
Hace un par de meses enfrentamos una situación. En el centro donde Adrián asistía a sus terapias decidieron retirarlo del programa por razones que, como padres, nos parecieron ilógicas. Según ellos, Adrián no logró adaptarse al modelo de habituación que tenían establecido, su solución fue enviarlo a terapias individuales.
Aunque en un principio nos sorprendió, pronto comprendimos que quizá era lo mejor. Porque, en el fondo, sentíamos que Adrián avanzaba mucho más en casa, bajo nuestra guía, que en esas sesiones estructuradas donde él no lograba conectar.
Al recibir el diagnóstico, como muchas familias, buscamos ayuda profesional: terapeutas ocupacionales, fonoaudiólogos, psicólogos, estimulación sensorial… y sí, las terapias para niños autistas son fundamentales, siempre y cuando estén acompañadas de algo igual de importante: la práctica constante y amorosa en casa.
Porque si lo que Adrián aprende con su terapeuta no se refuerza en su entorno natural su hogar, ese conocimiento puede diluirse con el tiempo, en casa no se trata de “copiar” la terapia, sino de integrar lo aprendido en la vida cotidiana.
Porque los niños autistas aprenden a través de la repetición, la rutina y el vínculo afectivo. Y ese vínculo se fortalece cuando el mensaje es coherente tanto en casa como en el espacio terapéutico.
Nosotros no somos especialistas. Somos mamá y papá. Pero la presencia activa, la observación diaria y el amor incondicional también son parte del tratamiento. Aprendimos a leer sus señales, a entender sus silencios, a celebrar cada logro, por pequeño que fuera y cabe recalcar que cada pequeño es completamente diferente y único.