En uno de los discursos más inspiradores del Almirante William H. McRaven, se nos presenta una poderosa lección de vida: “Nunca toques la campana”. En el entrenamiento de los Navy SEAL, existe una campana de latón que cuelga en el centro del recinto de entrenamiento. Todos los estudiantes pueden verla, y cualquiera que decida rendirse, que ya no quiera soportar las duras pruebas, las madrugadas frías o el esfuerzo extremo, puede tocar la campana y todo terminará.

McRaven nos enseña que, en la vida, todos enfrentamos momentos en los que es fácil “tocar la campana” y rendirse. Ya sea cuando las cosas se complican, cuando sentimos que no podemos más, o cuando los obstáculos parecen insuperables. Sin embargo, la verdadera transformación y el cambio en el mundo se logran cuando resistimos la tentación de rendirnos. Nunca, nunca toques la campana.

El mensaje de “nunca tocar la campana” resuena especialmente para quienes somos padres de niños con autismo u otras condiciones. Hay días en los que los desafíos parecen insuperables: la adaptación a la escuela se vuelve una constante lucha, salir en público se transforma en una misión complicada, o simplemente no podemos entender lo que nuestros hijos intentan comunicarnos, y es difícil imaginar lo que pasa por sus pequeñas cabezas. A veces, una simple frustración puede crecer y convertirse en una gran batalla emocional, y sentimos que todo el esfuerzo que ponemos en la rutina diaria no da los resultados que esperamos.

Sin embargo, nuestros hijos nos enseñan cada día que ellos no tocan la campana. Siguen aprendiendo, explorando, y con su fortaleza, nos muestran que tampoco debemos rendirnos. No importa lo lento que sea el avance, lo que realmente importa es seguir adelante, juntos. Porque este viaje es hasta el final, y en él damos todo, sin importar el qué ni el cómo.

Nuestros hijos nos enseñan que rendirse no es una opción, incluso cuando todo parece cuesta arriba.

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