Mamá sujeta tu mano

Es increíble cómo, al convertirnos en padres, surgen nuevos miedos e incertidumbres que antes ni siquiera imaginábamos. Cosas que antes parecían insignificantes, ahora cobran una importancia enorme. Siempre me viene a la mente el dicho: del mal que uno huye, de ese se muere. Aunque no es que esté llamando a pensamientos negativos, la verdad es que siento un profundo temor ante la idea de la muerte o de enfrentar una enfermedad trágica.

Lo que más me asusta es no poder ver a mi hijo Adrián crecer. No verlo convertirse en ese hombre maravilloso que sé que será y desde ahora me llena de orgullo, y sueño con acompañarlo en cada paso de su vida: verlo ir a la universidad, alcanzar sus metas y, algún día, quizás, tener la dicha de que nos convierta en abuelos. Estos pensamientos me llenan de esperanza, pero también me recuerdan la fragilidad de la vida.

Quiero enseñarle tantas cosas a Adrián, pero no desde la sobreprotección, sino desde el amor, para que tenga herramientas útiles para su vida, mi objetivo es que pueda valerse por sí mismo en el futuro. Cosas que para nosotros son cotidianas, como prepararse algo de comer, hacer su cama, ir a la tienda a comprar lo que necesita, o entender de dónde viene el dinero y cómo valorarlo, son aprendizajes que quiero transmitirle. También quiero enseñarle a amar y respetar a los animales y la naturaleza, a ser agradecido por lo que tiene, y a comprender que no todo el mundo es bueno, que existe la maldad. Él es un niño muy inocente, y aún no conoce la crueldad del mundo, algo de lo que me gustaría protegerlo; sin embargo, sé que no depende de mi por completo.

Para los niños dentro del espectro autista, como Adrián, estas habilidades pueden no ser automáticas. Sin embargo, estoy convencida de que, con paciencia, amor y disciplina, él podrá aprenderlas. El hecho de que tenga una condición no significa que esté impedido de adquirir independencia, mi mayor anhelo es que, si un día papá o mamá no están, Adrián pueda defenderse, salir adelante y enfrentarse al mundo por sí mismo.

El amor de un padre no es sobreprotección, es dar las herramientas necesarias para que nuestros hijos puedan enfrentar el mundo con confianza, incluso cuando ya no estemos a su lado.

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