Hablar del autismo implica reconocer las complejidades que lo rodean, desde los retos diarios hasta las historias que tocan el corazón. En una sesión de terapia, fui testigo de una escena que me marcó, una madre rogaba a su hijo de 6 años que comiera unas papitas fritas de empaque, al ver esto, no pude evitar preguntarle, con algo de imprudencia, ¿por qué recurría a darle esa papas al niño?, ya que no era la primera vez que notaba que se lo ofrecía. Con un tono de resignación y tristeza me explicó: “Es lo único que come. He intentado de todo, pero no acepta otra cosa”.

Su respuesta revelaba una realidad mucho más compleja, la alimentación selectiva de su hijo, algo común en algunos niños autistas, era solo una parte de su lucha diaria. Me explicó que las papitas fritas eran uno de los primeros alimentos que le ofreció por curiosidad y que él aceptó, quedándose con ese hábito casi exclusivamente, esta situación, además de preocuparla, le generaba un sentimiento de impotencia, ya que cualquier intento de introducir nuevos alimentos resultaba en un rechazo absoluto.

Pero la historia no terminaba ahí, compartió que también enfrentaba las secuelas de una separación reciente. Su pareja, quien había sido un apoyo inicial, se alejó cuando las características del autismo de su hijo se hicieron más evidentes, según ella, su exesposo la acusaba de ser permisiva y de “no tener carácter” para controlar el comportamiento del niño, culpándola injustamente por las situaciones que enfrentaban.

Reflexión y apreciar lo bello de la vida
En cada reto, hay una lección que nos invita a mirar con más empatía y menos juicio.

Este testimonio me llevó a reflexionar sobre los desafíos que muchas familias enfrentan en su camino con el autismo: no solo las dificultades del día a día, sino también la falta de empatía o comprensión, incluso dentro de su propio círculo cercano, historias como esta nos recuerdan la importancia de tender la mano, de no juzgar y de crear redes de apoyo que fortalezcan a quienes enfrentan estas realidades con valentía.

El autismo no es una “culpa” ni un “problema” que se pueda resolver con disciplina o carácter. Es una condición que requiere amor, paciencia y, sobre todo, una mentalidad abierta para aprender y adaptarse a las necesidades únicas de cada niño.

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