Hoy quiero dedicar unas palabras a una persona muy especial en la vida de Adrián: su profesora Yaneth. Porque más allá de las letras y los números, hay seres humanos que abrazan con el alma, que enseñan con paciencia, y que se convierten, sin proponérselo, en una extensión de nuestro amor cuando no estamos presentes los padres.


Adrián ya tiene 5 años y está en preescolar, es el único niño de su salón con autismo, y aún así, su profesora no solo ha sabido adaptarse a sus necesidades, sino que le ha brindado algo que vale más que cualquier estrategia pedagógica: cariño, respeto y dedicación.
Pero hay algo aún más especial en ella. La profesora Yaneth sabe, de carne propia, lo que significa criar y educar a un hijo con autismo. Su hijo, que ya no es un niño, es su tesoro de 27 años, a quien ama con todo su corazón, y ese amor, esa entrega y esa experiencia de vida, se reflejan en cada gesto, en cada palabra de aliento, en la paciencia infinita con la que acompaña a Adrián y a cada uno de los niños de su aula de clases.
Como padres, sé que estamos haciendo lo mejor que podemos, criamos con amor, con intuición, con esfuerzo… pero también con dudas y cansancio, por eso, el colegio se convierte en un espacio vital, un lugar donde necesitamos aliados, y cuando esos aliados tienen vocación, sensibilidad y empatía, el corazón se llena de calma.
Gracias, profe Yaneth, por ver a Adrián más allá de un diagnóstico, por acompañarlo en sus rutinas, por entenderlo desde el corazón, por enseñarle con amor y respeto. Gracias por ser esa guía que no impone, sino que camina junto a él.
Educar no es tarea sencilla, y hacerlo con amor —sobre todo cuando se trata de un niño con TEA— es un regalo que no se olvida, gracias por ser parte de la historia de Adrián.