Adrián tiene 5 años y es autista, hay ciertos sonidos que lo descolocan por completo. El ruido de la licuadora, el sonido de los secadores de cabello, y en especial, los secadores de manos en los baños de centros comerciales lo asustan profundamente, cuando los oye, su primera reacción es taparse los oídos con fuerza, temblar un poco asustado y hacer el mismo un sonido aislante del que ya esta escuchando.
Lo curioso es que en casa no evitamos estos sonidos. La licuadora forma parte de nuestra rutina diaria, y aunque sabemos que le incomoda, Adrián está aprendiendo a convivir con ella. No se trata de eliminar el ruido, sino de acompañarlo con paciencia y comprensión mientras su sistema nervioso se adapta.

¿Qué ocurre dentro de su mente cuando esto pasa?
Muchos niños autistas tienen una hipersensibilidad sensorial, y en el caso de Adrián, su sentido del oído percibe ciertos sonidos con una intensidad abrumadora. Los secadores de manos, por ejemplo, generan un zumbido fuerte, agudo y repentino, para nosotros es solo un ruido más, pero para él puede ser como una alarma ensordecedora en medio del silencio.
Su cerebro no puede “filtrar” ese sonido ni ignorarlo, lo recibe sin advertencia, y eso le provoca una sensación de incomodidad profunda, incluso de miedo. Por eso se tapa los oídos, se está protegiendo.
No lo evitamos, lo acompañamos
En casa no corremos a apagar la licuadora ni el secador. Lo que sí hacemos es estar cerca de él, explicarle que ese sonido va a pasar, que está seguro, que puede taparse los oídos si lo necesita.
Darle herramientas, no sobreprotección
Criar a un niño con autismo no significa eliminar todos los estímulos, sino ayudarlo a encontrar estrategias para enfrentarlos. En nuestro caso, eso ha significado acompañar sin sobreproteger, darle palabras, gestos, contención… y mucho amor.