Dentro de lo razonable que soy como persona, sé que estoy haciendo un buen trabajo como madre, lo veo todos los días en Adrián: en sus avances y en su nobleza, estoy formando a un niño y a un futuro hombre desde el respeto, el amor, los valores y los principios que me definen. Y aunque no soy perfecta (porque ninguna madre lo es), sí sé que no soy mala persona, y eso es suficiente para confiar en mi instinto eh intuición.

Pero… ¿qué pasa con esas personas que, con o sin buenas intenciones, se sienten con el derecho de dar lecciones? Que opinan, que corrigen, que cuestionan, que juzgan. A veces no lo hacen con maldad, lo sé. Tal vez lo hacen desde su experiencia o su manera de ver la vida, pero aunque venga desde un lugar supuestamente “bien intencionado”, no siempre es bien recibido, porque educar a un hijo, y más aún a un hijo autista, no es una tarea genérica ni universal, es un camino profundamente personal y único.
A veces, ese tipo de comentarios, aunque estén disfrazados de consejo, duelen. Porque llegan sin contexto, sin conocer nuestra historia, nuestras batallas, nuestros pequeños logros cotidianos, y porque hacen sentir que no basta con todo lo que hacemos con tanto amor, entrega y dedicación.
No quiero ni necesito que me aplaudan, ni que me den una medalla por ser mamá. Pero sí quiero que se respete el esfuerzo, la entrega, y sobre todo, que se respete a Adrián y su manera particular de vivir y aprender. No hay una sola manera válida de ser madre.